lunes, 7 de julio de 2008

LA FANTÁSTICA FRAGILIDAD DE UNA ÉPICA

Sobre "Arquero" de Felipe Ruiz.

Por Pablo Paredes M.

Para decir corazón Felipe dice Volantín, no por temor, sino por un afán político de querer ver al amor elevándose con hilo curado. En este libro, volantines degeneran en pavas y ñeclas como uno degenera en padre y en hijo. No sé bien si en este texto la perversión es convertir a Valparaíso en Jerusalén o viceversa. Felipe Ruiz engaña acá al poner al mar y al cielo como una misma sustancia contra la tierra. Arquero reclama dignidad en una compleja operación, digo esto, pues siempre me pareció que reclamar dignidad era un acto con tendencia a lo indigno, sin embargo, acá, en estas páginas de un amigo roto, y probablemente por la fantástica fragilidad de la épica, la paradoja se evita, o digamos mejor, se supera. Cuando la épica es frágil no se niega así misma sino que se pinta de otro color. Los volantines constantes de Arquero se constituyen de distintos tamaños y materiales, no obstante, permanecen cuadrados, volando o si se prefiere cayéndose al mar. Cito: Y prendieron el curado para hacer arder la pava que / consumió el nylon volando aterrizándolos a todos en sus / fiestas. Estos son los derribados por Ruiz, estos son sus interpelados, sus afectados, pero no sus violentados, pues una ternura huracanada parece perdonarlos como si el autor se estuviese viendo, de alguna forma, en esos muchachos de nylon. Cito: Y no tenía por qué estarse en su quietud cuando / aterrizados se hirieron por verse todos turgentes y / muriendo. Es esta pena, este diagnóstico, este cuadro trágico, el que, de una forma muy distinta a Cobijo, posibilita que todos aparezcan como madres e hijos, padres e hijas en el País hundido de este libro. Cito: Porque de tanto amarizar esos volantines se hicieron agua / y ya no surgieron desde su propia cetácea amurallada. Aquí el diagnóstico opina y convoca, obliga a reclamar un futuro con volantines de venganza rajando, desde abajo, la nata del agua. Arquero hace con agua los que otros, menos sensibles, sólo hacen con fuego. El Cielo de los volantines de Ruiz es un cielo echado sobre Valparaíso, no tanto como un zapato sobre una araña sino más bien como una perra sobre una camada que sabe no será aplastada, sin embrago, Felipe, también sabe, quizás desde su primer libro, que toda maternidad es una humillación y como diría el argentino Martín Rodríguez, que todo feto es una cruz de agua. En Arquero el Volantín Chileno actúa en oposición al Volantín Chino como Valparaíso actúa en oposición a Santiago. Digo oposición, pero bien podría decidir litigio. El poemario cierra explicitando lo que abre y desarrolla el libro, no por redundar sino por insistir en la idea de que un país necesita de bandera. Es cierto, el país tiene el blanco de la cordillera, el azul del cielo y el rojo de la sangre araucana, sin embargo, no tiene la bandera. Es por eso que la poesía debe construir esa bandera o, a estas alturas de la historia, arrebatarla. Hay militancia en Arquero, una militancia profunda, desprendida de la operación POP = PUEBLO. Aquí se busca arrebatar palabras y melodías, ingenua e imbécilmente, cedidas al Enemigo, ese es un movimiento que celebro y agradezco. Arquero se instala en la Resistencia, se afirma de la casillas, realiza pequeñas performance al interior de sus poemas. Tal es su habitar en la Resistencia que finalmente logra, con hilos de semen reflectante, encumbrarse sobre Valparaíso y declararla capital de otra posibilidad de Chile. Finalmente, diré del texto de Ruiz que me ha quedado claro que El Mercurio Miente siempre, menos cuando ha sido convertido en una ñecla cayéndose al Océano Pacífico.